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Revista Concentus Libri


 

UN CATÁLOGO QUE HAY QUE PONER AL DÍA

Todos cuantos, por imperativo o vocación profesional, o por simple "amor al arte" stricto sensu, nos hemos adentrado en el sugestivo territorio de la miniatura, de los viejos MANUSCRITOS CON PINTURAS, hemos tenido que recurrir para nuestros primeros pasos a un escueto andador construido hace más de sesenta años: el tratado en dos pequeños tomos que, con el título destacado más arriba en versales y el subtítulo Notas para un inventario de los conservados en colecciones públicas y particulares de España compiló Jesús Domínguez Bordona y publicó en 1933 el Centro de Estudios Históricos en su colección Fichero de Arte Antiguo.

En un ámbito íntimamente personal, esos nombres y esa época me hacen revivir momentos decisivos de mis años de formación, unos momentos en que se sentía casi físicamente en el aire de España un fermento de inquietudes culturales como no ha habido otro en este siglo que agoniza. Años de Misiones Pedagógicas y del teatro universitario La Barraca voceando a nuestros clásicos por las plazas de la España profunda, de apresurada creación de centros de enseñanza pública como aquel instituto madrileño de bachillerato Calderón de la Barca en cuya nómina docente se inscribían personalidades de la talla de Antonio Machado, Rafael Lapesa o María Elena Gómez Moreno, de esfuerzos editoriales por poner al alcance de todos los bolsillos las obras capitales de la literatura universal o por dar voz a los amordazados de siempre, de hiperactividad de ateneos y círculos culturales como ese mismo Centro de Estudios Históricos desde cuya tribuna contagiaban a los oyentes su devoción por las manifestaciones artísticas de nuestro pasado Elías Tormo, Manuel Gómez Moreno y tantos otros...

Si en algún pecadillo incurría ese galope acuciado por la conciencia de tantos años de incuria, indolencia y retraso era, sobre todo, el de cierto abocetamiento, de algo de improvisación, de falta de ese remate redondo incompatible con las prisas y con la escasez de medios. Y de ese pecadillo participa también la obra de Domínguez Bordona, como él mismo confiesa en su prólogo. Lo que no dice en éste es cuántas horas de intensa dedicación y qué tesonero esfuerzo le exigió hasta darla a la imprenta. Y ahí quedó, para ser citada en el repertorio bibliográfico de todos los estudios publicados desde entonces en España sobre el arte de la miniatura.

Pulse sobre la imagen para ampliar Ya metido a poner reparos al tratado en cuestión, siempre he echado de menos en él una información más amplia y depurada sobre los códices censados, con datos como formato, número de folios, soporte material de éstos, encuadernación, número y tamaño o densidad relativa de las miniaturas, y una jerarquización básica en función de este último. De las 2.173 entradas que recoge la obra y que corresponden a unos 2.600 títulos, pues algunas son colectivas (como, por ejemplo, la nº 1.668, Libros de coro de El Escorial, que agrupa a 216), más de las tres cuartas partes se refieren a manuscritos iniciados por una única miniatura o letra capital historiada u ornamentada (también por ejemplo, la nº 143) o, como mucho, dotados de "bellas iniciales" (nº 148), o a hojas sueltas (nº 293) o breves cuadernos (nº 232), algunas veces residuales, más cercanos a la diplomática que a la codicología. Se diría que estos ejemplares merecen un tratamiento menos extenso que un códice "rico" como, siempre por ejemplo, las Decretales de Ávila registradas en el Archivo Histórico de Madrid (nº 393), despachadas con las mismas tres líneas que los Varios libros de coro de la catedral de Jaén (nº 278), cuando dedica el doble de líneas a Dos hojas de libro litúrgico de la Biblioteca Provincial de Burgos (nº 170).

Ese desequilibrio y esas carencias tienen un evidente origen común: el autor sólo pudo examinar y evaluar personalmente una mínima parte de los títulos incluidos en su catálogo, que en clara mayoría recoge sólo por referencias ajenas, a veces harto vagas y aun dudosas.

Pulse sobre la imagen para ampliar Para remate, cabría denunciar otras deficiencias del catálogo, éstas no imputables en absoluto al autor sino a la época en que se imprimió, al paso del tiempo y a las vicisitudes de la historia, resumibles en una: falta de actualidad. Editado hace 65 años y de reducido formato, la notable serie de fotograbados en negro que lo ilustran resulta hoy decididamente pobre para reflejar la belleza real de los originales que reproduce; luego, con una guerra civil y una dura posguerra por medio, algunos de los ejemplares censados desaparecieron (aunque unos pocos, como el Apocalipsis figurado de los duques de Saboya de El Escorial, nº 1.557, o el famoso Libro de las estampas de León, nº 288, hayan sido felizmente recuperados), o se han adulterado (Tumbo A de Compostela, nº 227), o han sufrido mayor deterioro (Libro de los cómputos de Madrid, nº 568), o han cambiado de emplazamiento (un tomo de la Historia de Nueva España de Bernardino de Sahagún, nº 1.122), o han dejado perder su rastro (Libro gótico de Bilbao, nº 2.171). Además es sabido que en las últimas décadas, sobre todo a partir de los años sesenta, varios ejemplares de mayor o menor interés se han incorporado por diversas vías a los catálogos de algunas bibliotecas públicas, universitarias y aun particulares.

Todo ello reclama la urgente puesta al día de un catálogo de su enorme importancia. Importancia, sí, no sólo para el erudito, para el enseñante, para el investigador, para el editor, hasta para el político. Se trata nada menos que de inventariar con rigor la considerable riqueza codicológica ilustrada del país, en la que se inserta la muestra más completa de lo que fue la faceta principal, por no decir casi única, del arte pictórico no exclusivamente peninsular —hay en archivos españoles notables muestras de miniaturas francesas, italianas, flamencas, británicas, centroeuropeas, griegas, precolombinas, armenias, persas, turcas, árabes, hebreas y hasta chinas— desarrollado a lo largo de seis centurias. Mas no sólo es cuestión de ponderar su importancia sino también de imaginar la belleza deslumbrante de una publicación de ese calibre, con la cuidada reproducción en colores de verdaderas obras maestras de la ilustración apenas conocidas a causa de su dorado exilio bajo llave en la caja fuerte o la estantería de un archivo no siempre acogedor.

Pulse sobre la imagen para ampliar Ciertamente, la tarea de recopilar y procesar la información textual y gráfica que se necesita para editar ese inventario es abrumadora, aunque se pueda contar con algunos catálogos parciales útiles de base de partida. Tan abrumadora que no parece asequible a ninguna firma editorial privada a no ser que reciba el apoyo financiero de instituciones oficiales o fundaciones interesadas en el conocimiento y la promoción de los bienes culturales del país. Con la acción coordinada de unas y otras no sería utópico esperar que en un plazo razonablemente breve pudieran aparecer los primeros volúmenes de ese inventario correspondientes a las áreas territoriales mejor pertrechadas. A este respecto no parece hoy tan obvio como debió de parecer a Domínguez Bordona en los años treinta acometer el trabajo provincia por provincia, dada la irregular repartición de esa riqueza bibliográfica: su catálogo recoge 1.336 entradas para Madrid, contra 163 para Barcelona, una sola para Orense, Oviedo, Pontevedra, Teruel y Vizcaya, y ninguna para Álava, Albacete, Alicante, Almería, Castellón, Ciudad Real, Cuenca, Guipúzcoa, Huelva, Logroño, Lugo, Málaga ni las dos provincias canarias.

Esta estadística plantea de inmediato un sinfín de interrogantes. ¿Es posible, por ejemplo, que el País Vasco conserve un solo manuscrito miniado, en Bilbao —todavía sin localizar hoy, por añadidura— o que en una comunidad como la valenciana que tan alto nivel de vida alcanzó en todos los órdenes durante la baja Edad Media —en especial bajo la égida de Alfonso el Magnánimo y, en el terreno artístico y científico, al hilo de su fluido tráfico con scriptoria y centros culturales de Nápoles y Sicilia— sólo quepa registrar 88 títulos, concentrados exclusivamente, además, en la capital?

Pulse sobre la imagen para ampliar La base para acometer con éxito la empresa existe: estudiosos solventes dispersos por todo el territorio nacional, con deseos de investigar y hacer públicos sus conocimientos y hallazgos; firmas editoriales especializadas con experiencia e infraestructura idónea para coordinar los trabajos y esfuerzos hacia un proceso de producción eficiente; necesidad de cubrir una importante laguna bibliográfica denunciada desde diversas atalayas; interés del público español por el arte librario de la antigüedad, como se demuestra en el creciente mercado comprador de ediciones facsimilares que sitúa a nuestro país a la cabeza de Europa —que es tanto como decir del mundo— en cuanto a número de títulos adquiridos y a su valor monetario; fundaciones, instituciones y organismos públicos de distintos niveles —internacional, nacional, autonómico, provincial y aun local— y privados con objetivos concordantes con los de semejante proyecto editorial y medios materiales para ponerlo en marcha. Sólo falta abordarlo con ganas, talento... y dinero. Tal vez sea mucho pedir, pero ahí queda el reto.

Agustín Santiago Luque

 

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